Florencia Lalor
Ser hija adoptiva - Parte 1En esta primeara parte, Florencia nos comparte su experiencia como hija adoptiva
y su búsqueda de respuestas en un viaje lleno de emociones.
Llegó el día.
“Sonó el portero eléctrico y Elena corrió a atenderlo.
—Remis para Elena —escuchó decir a través del teléfono de pared.
—Enseguida bajo —respondió Elena sintiendo un fuerte dolor en la boca del estómago debido a los nervios que tenía desde hace ya varios días.
Elena buscó sus cosas, agarró el ramo de rosas blancas y las medialunas que había comprado para llevarle, y llamó el ascensor. El tiempo se le empezó a pasar lentamente. Tuvo la sensación de haber estado esperando el ascensor media hora. Finalmente, éste llegó y Elena pudo bajar a la calle y subir al auto que la estaba esperando.
—¿A dónde se dirige Señorita? —preguntó el remisero.
—A la calle Alsina al 345, en el barrio de Versalles —contestó Elena.
—¿Sabe llegar? —preguntó, suplicando para sus adentros que el señor le respondiese que sí.
Ella no conocía el barrio de Versalles, pero se había fijado en internet dónde quedaba y qué camino tomar para llegar desde su casa. No obstante, ya se había olvidado toda la información averiguada. Los nervios que sentía, por el encuentro que se le avecinaba, no la dejaban pensar en nada.
—Sí, sí, por supuesto. No se preocupe que la llevo por un camino por donde no vamos a agarrar tráfico —respondió el remisero.
—Gracias —suspiró Elena, aliviada.
El auto anduvo diez minutos y Elena empezó a relajarse. Respiró hondo, apoyó su cabeza en el asiento y comenzó a observar por la ventana. Era un día muy soleado. El cielo estaba completamente azul. No hacía ni frío ni calor. Era un día de otoño, de esos que hay en Buenos Aires, cuando todavía el invierno no se asoma, pero cuando el verano ya se despidió. El clima perfecto. Elena pensó que esa tenía que ser una buena señal.
Transcurrió media hora desde que se habían puesto en marcha en la puerta del edificio de Elena, en el barrio de Recoleta. Ella sabía que ya debían estar cerca.
—No estés nerviosa, que todo va a salir bien —se dijo a sí misma en vos baja.
—Perdón, señorita, ¿me preguntó algo? —le dijo el remisero.
—No. Perdón… solo pensé en voz alta —respondió Elena, preguntándose si se le notarían sus nervios.
—Ya casi llegamos. Tres cuadras más y la dejo en su destino —comentó el conductor.
«Mi destino», pensó Elena. «Qué distinto habría sido mi destino si esta mujer hubiese tomado una decisión diferente».
El remisero frenó el auto en la puerta de una casa modesta pero que tenía su encanto y Elena le pagó.
—Disculpe, ¿yo le podría pedir que vuelva a buscarme a esta misma dirección en dos horas? —preguntó Elena.
—Sí, por supuesto. En dos horas la espero acá mismo. Quédese tranquila —le respondió el señor.
Elena agarró las flores, las medialunas y su cartera y se bajó del auto. Se paró frente a la reja negra que estaba delante de la casa. Respiró hondo y tocó el timbre. Después de cinco minutos se abrió la puerta y salió una señora mayor. Finalmente, se encontraban después de veinticinco años, Elena y la mujer que le dio la vida.”
Mi nombre es Florencia Lalor.
«Elena» soy yo. Este relato es parte de mi historia.
Nací el 14 de junio de 1980 y fui entregada en adopción. Llegué a la casa de mis papás, con solo 10 días de vida. Ahí me esperaban mis papás y mi hermano mayor, Pablo, también hijo adoptivo.
Siempre supe que era hija adoptiva. No tengo recuerdo exacto de cuándo mis papás me lo contaron. Solo sé que me lo contaron cuando yo era muy chiquita, y lo hicieron a través de un cuento que nunca me olvidé: “Yo estaba en el cielo con Dios, esperando venir a nacer y vivir con mis papás. Pero como mi Mamá no podía tener hijos, Dios simplemente decidió mandarme a la panza de otra señora, e hizo que mi Mamá y Papá me fuesen a buscar a su casa”.
A partir de este relato tan simple, siempre pude entender mi adopción con naturalidad. Además, en mi casa siempre se habló de mi adopción y la de mi hermano. Siempre pude preguntar acerca de mis padres biológicos, y mis papás adoptivos siempre me dijeron que, si alguna vez quería buscar a mi familia biológica, ellos me iban a ayudar. El hecho de que mis papás siempre hayan aceptado que hay otra parte de mi historia de la que ellos no participaron, y que siempre lo hayan podido dialogar conmigo sin problema, fue algo fundamental para mí. Esto fue lo que me permitió aceptar esa parte mi historia que es triste… esa parte que nadie menciona y que en general a nadie le gusta mencionar… el lado triste de la adopción, que es el abandono de un hijo, sin importar la razón.
La adopción tiene dos caras: una llena de alegría y la otra en donde abunda la tristeza. Por un lado, dos personas o una se convierten en los padres que tanto anhelaban ser. Por otro lado, una madre y un padre pierden la posibilidad de criar a su hijo, y un hijo es separado de sus padres de nacimiento.
Siendo hija adoptiva, creo que tengo derecho a decir que es necesario hablar de estas dos caras de la adopción. Siempre. Los hijos adoptivos tenemos dos pares de padres, ambos con roles muy distintos en nuestra vida, pero ambos importantes y parte de nuestra historia. Ninguno excluye al otro. Para nosotros es simplemente nuestra realidad, la cual no es el común de la regla. No es ni peor ni mejor, solo diferente. Y el silencio hace que nuestra realidad sea todavía menos común. Lo que no se nombra, desde el silencio, desorganiza la vida, los sentimientos y la inteligencia.
Yo siempre quise saber esa parte de mi historia que no sabía y, como ya mencioné antes, siempre pude hablar con mis papás adoptivos al respecto. Así, cuando tenía 25 años conocí a mi madre biológica. Tuvimos dos encuentros y no volvimos a tener contacto hasta 13 años después, cuando yo la volví a contactar para pedirle información acerca de mi padre biológico. Nos reunimos una vez más y me dio la información que yo tanto quería. Un tiempo después, logré contactarme con mi padre biológico y tuvimos una conversación por teléfono. Hasta hoy no supe más nada de él.
Sin importar el desenlace de la búsqueda de mis orígenes, finalmente siento paz y tranquilidad. Conocer y saber mi pasado, me ayuda a vivir mi presente, y me permite pensar un futuro.

Florencia Lalor es psicóloga y consultora especialista en adopción.
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