Gabriela F.

Su viaje por la adopción, la identidad y la familia biológica resalta la importancia

de la verdad en la construcción de nuestra propia historia.

Mi nombre es Gabriela.

Nací en el Hospital Piñeiro el 17 de junio de 1968. Mi madre biológica se llama Ada y hoy tiene 76 años. Yo nací como Patricia Fabiana, pero inmediatamente me entregaron a un matrimonio: Esther y Osvaldo, quienes me llamaron Gabriela Mabel.

Mi madre adoptiva se enteró que un bebé iba a ser entregado en adopción a través de una tía suya. Después, a través de un señor llamado Dr. Alfie, mis padres adoptivos se pusieron en contacto con mi mamá biológica. Ellos le dieron dinero y durante un tiempo (entre unos días anteriores a mi nacimiento y unos días después) le alquilaron una habitación en un hotel en el barrio de Chacarita, en la Ciudad de Buenos Aires. La decisión de buscarle un lugar en donde pudiera estar se debió sobre todo a que Ada estaba con su primogénita: una niña de 2 años de nombre Aurora.

Siempre intuí que era adoptada pero nunca me lo dijeron. Físicamente no me parezco a nadie de mi familia adoptiva. Este hecho era como una afirmación constante de la posibilidad de ser hija adoptiva. Sin embargo, yo siempre buscaba parecerme a alguien.

Soy hija única y, como mencioné antes, mis padres nunca me dijeron nada acerca de mi ‘adopción’. En alguna ocasión, a mis 20 años, intenté hablar con mi mamá adoptiva y comentarle mis sospechas pero no fue posible porque ella enseguida se descompuso cuando yo le saqué el tema. Discutimos y no lo volví a intentar.

En mi familia siempre me sentí como una más. Fui la primera nieta y la primera sobrina, así que gozaba de los privilegios de ocupar ese lugar, pero en el colegio (escuela bilingüe de Belgrano) fui víctima de bullying. Allí no era una más. Algunos compañeros me cargaban porque era morocha, y ahí fue cuando mi sospecha de ser hija adoptiva acrecentó. Pero, ni en mi infancia ni en mi adolescencia hablé del tema con alguien. Nunca comenté nada ni a amigas, ni a nadie de mi familia. Este era un tema tabú.

Yo siempre fui muy complaciente, culposa y sumisa. No tenía permiso para hablar de mi sospecha. No podía revelarme ni romper el status quo. Estaba implícito que había que mantener el silencio.

La relación con mis padres adoptivos era ‘normal’ mientras no cuestionaba nada. Mi papá fue un padre ausente, muy trabajador, nada cariñoso y mi mamá fue una madre omnipresente, que falleció trágicamente, muy rápido, y que no me ayudó a evolucionar en muchos aspectos porque éramos muy apegadas.

En el año 2013, a mis 45 años, mi tía materna finalmente me confirmó que soy hija adoptiva.

Hice terapia algunos años, y me ayudó muchísimo a sacar todo lo que había guardado tanto tiempo. Pude enfocarme, entender y empezar a sanar. Querer saber quién soy fue central para iniciar la búsqueda de mis orígenes. Pero tardé mucho tiempo en tomar la decisión de llevarla a cabo. Conviví con la certeza de una verdad que no podía decir y fue muy incómodo hasta que pude.

Finalmente, cuando decidí buscar, encontré. Me acerqué a la oficina de Derechos Humanos del Registro Civil de CABA, y dejé todos los datos que tenía. Al poco tiempo, me dieron los datos de mi hermana (biológica) mayor: Aurora. La llamé y hablamos. Y un tiempo después la conocí a ella y a Ada en persona. Nos reunimos las tres justo el día del cumpleaños de Ada. La conversación con Ada no fluyó. Ella me miraba sin decir nada y yo no quise o tal vez no pude entablar una conversación. No lo sé. Esa fue la única vez que vi a Ada. Pero con Aurora entablamos una relación que estamos construyendo de a poco. Deseo que mi vínculo con ella se afiance cada vez más.

Por otro lado, descubrí que tengo 4 hermanos biológicos más: Alejandra que es la tercera y tres varones más chicos. Conocí solamente a Alejandra. A los tres varones no los quiero conocer.

Mis padres adoptivos me ofrecieron una infancia feliz, con una familia grande, primos y tíos. Fui una persona privilegiada ya que de seis hijos que tuvo mi madre biológica, solamente yo fui entregada. Mis cinco hermanos biológicos crecieron con una realidad muy diferente a la mía. Yo tuve acceso a una excelente educación. Tuve una casa, una cama todas las noches y una familia que, como ya mencioné antes, me cuidó.

La angustia recurrente que siento, el abandono, el desarraigo son sensaciones que me acompañan desde siempre. Hice terapia y me hizo muy bien, pero siento que ser adoptada es una condición que me atraviesa, con todo lo que esto conlleva. Estoy muy orgullosa de la mujer que hoy soy e incluso estoy orgullosa de la nena que fui: complaciente, agradecida y culposa. También fui muy fuerte y lo seguiré siendo siempre. Además, siempre fui de llorar mucho. Pero mi mamá no me dejaba llorar. Me retaba si lloraba, y yo soy muy sensible y la angustia me acompaña siempre.

Creo que no poder poner en palabras lo que siento, me genera angustia. Fui abandonada y eso me hace ser insegura y mi autoestima es baja. Me da miedo ser abandonada de nuevo. Pienso en Ada hoy y me pregunto ¿quién fue?, ¿quién es? No tengo respuestas.

A partir de mi aparición, Ada, se distanció de su hija Aurora, y esto le provocó un gran dolor a mi hermana.

También pienso en mi padre biológico, que no es el mismo de Aurora ni el de mis otros hermanos.

Mi caso claramente fue una ‘apropiación’: término que significa que no hubo un trámite de adopción legal.

El egoísmo de mi mamá adoptiva, su deseo de ser madre, fueron el motor para apropiarme. La menciono particularmente a ella porque sé que mi papá acompañó su deseo. Pero este es un denominador común en estas situaciones: que los padres ‘adoptivos’ pongan en primer lugar su deseo y cambiar, por ejemplo, como en mi caso, hasta mi nombre de nacimiento por otro. Y considero que este fue el primer acto de una cantidad de actos sucesivos que vulneraron mis derechos como persona.

Asimismo, la mentira, el ocultamiento y el famoso ‘de eso no se habla’, subyacen en mi historia y gravitaron en mis relaciones personales entabladas.

Hoy les puedo asegurar que decirle a un hijo adoptivo que es adoptado y hablarle siempre con la verdad es lo más sano que los padres adoptivos pueden hacer.

Al compartir mi historia deseo animar a quien no se anima. Si alguien duda acerca de buscar o no buscar y si teme qué va a encontrar, quiero especialmente expresar que buscar y poder saber es siempre sanador. Parece una frase trillada pero emprender una búsqueda, y una búsqueda tan trascendental como la de la identidad, invariablemente cura.

Foto de Gabriela F

Gabriela hoy tiene 53 años.

Después de su recorrido no tiene rencores y está agradecida. Siente que fue bendecida.

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