Nazarena C.

Nazarena Cabrera García nos cuenta cómo el destino entrelaza vidas creando lazos inquebrantables.

Un testimonio sobre la adopción, la identidad y la búsqueda de respuestas en el corazón de Uruguay.

Mi nombre es Nazarena Cabrera García.

Tengo 21 años y soy hija adoptiva, hija del corazón o como lo quieran denominar. Nací el 17 de junio de 1997, en el Departamento de Paysandú, Uruguay. En ese tiempo, el nombre Nazarena era poco común. Mi nombre tenía que ser especial y así lo fue.

Mi madre biológica tomó la mejor decisión cuando decidió darme la vida para luego entregarme en adopción, en vez de recurrir al aborto. Gracias a ella hoy estoy, y estoy rodeada de mucho amor y soy parte de una familia inmensamente cariñosa, que me ha dado todo desde el primer día.

Desde el momento en que mis papás, Juan y Maribel, tomaron la decisión de empezar a buscar un hijo, recorrieron un largo camino para poder conseguirlo. Se realizaron muchos estudios para los cuales tuvieron que ir incontables veces a una clínica. Intentaron de muchas maneras, pero lamentablemente mi mamá no pudo concebir a un bebé dentro de su vientre. Sin embargo, sí pudo concebirlo en su corazón. Desde que se enteraron que no iban a poder tener un hijo biológico, hasta mi llegada a sus vidas transcurrieron ocho años. Fueron ocho largos años de espera, para que su sueño de formar una familia se hiciese realidad.

El 17 de junio de 1997, a mis papás les cambió la vida por completo cuando sonó el teléfono de su casa y una persona del otro lado de la línea les informó que yo había nacido y que estaba esperando para conocerlos, a ellos, que eran mis padres. Además, esta persona les expresó que yo estaba esperando que ellos me brindaran todo su amor.

Dos días después, mis papás pudieron por fin partir de la ciudad de San José, en la cual vivían, para ir a conocerme. Recorrieron 400 largos kilómetros hasta llegar a la ciudad de Paysandú (Uruguay) en donde yo, su pequeña princesa, había nacido. Finalmente, iban a poder tenerme en sus brazos.

Una vez que ingresaron a la ciudad, fueron directamente a la casa en donde yo me encontraba. Tardaron unos minutos más para llegar a destino, pero finalmente llegaron. La casa era humilde, pero para mis papás no era una casa cualquiera, sino que era la casa en donde estaba yo, su hija, la princesa de sus vidas. La espera había terminado. Al entrar a la casa se encontraron con una señora que me tenía en brazos (ella estaba acunando a aquella niña que tanto habían deseado tener). Yo estaba muy bien, al cuidado de esa bella y humilde señora que trabajaba en el hospital, en el cual yo había nacido. Estaba esperando a mis papás, y sabía que ese día todo iba a cambiar por completo. Nuestras vidas se iban a iluminar para siempre. Entre nervios, ansiedades y mucha felicidad, mi mamá me cargó en sus brazos y junto con mi papá me dijeron: “¡Bienvenida a nuestra vida hija!”.

Después de ese primer momento de encuentro, cuando mis papás levantaron la vista y dejaron de mirarme por un instante, se dieron cuenta de que no estaban solos en esa casa. La señora estaba con sus hijos y su esposo, quienes también los esperaban con muchas ansias. Todos les dieron las merecidas felicidades. Mis papás, que no podían ni hablar de la emoción, les agradecieron muchísimo por cuidarme, por darme amor y por el encuentro tan lindo que vivieron en ese momento. Después, nosotros tres juntos, compartimos un medio día especial. Mis papás comieron algo y brindaron por mi llegada, por la llegada de su hija. Y luego de una riquísima e inolvidable comida, partimos de vuelta a la ciudad de San José. A partir de ese día yo iba a estar en mi propio hogar junto a ellos.

Al llegar a casa nos esperaba una sorpresa muy grande. Nos aguardaba mucha gente: los abuelos, el tío, la tía, mi madrina, mi padrino, amigos, y vecinos. Todos nos dieron una bienvenida muy cálida, con una buena fogata para la nueva familia.

Hoy, ya siendo adulta, me siguen haciendo las típicas preguntas como: ¿Y desde cuándo sabes que sos adoptada?, ¿Te lo han ocultado? No, nunca me lo ocultaron. Podría decir que lo sé desde el primer día de vida. En casa, siempre se trató el tema como si fuese cualquier otro. Pero hay muchas personas para quienes este tema sigue siendo un tabú. Por suerte para mí nunca lo fue.

Mi historia tiene un antes y un después. El antes fue hasta mis 16 años, y el después a partir de mis 17. Mi vida antes de cumplir 16 años estuvo marcada por el acoso escolar. Hoy en día se habla de ‘bullying’, y hay quienes piensan que el bullying es algo nuevo, propio de las últimas décadas, pero desgraciadamente ha existido siempre.

Mi infancia fue complicada. Tuve muchos obstáculos y, además, el sentir que tenía un pasado oscuro, hacía que todo fuese más difícil. Mis compañeros me trataban como si hubiese estado marcada por no haber estado 9 meses en la panza de mi mamá. Las burlas me acompañaron desde el tercer grado. Algunas frases que me decían eran: “Tus papás te abandonaron porque no te querían”, o “Tu mamá no es de verdad, eres adoptada”. Me hacían sentir horrible, y llegué a sentirme tan mal conmigo misma que llegó un momento en mi vida que ya nada me importaba, ni mi vida, ni la de mis padres, ni la de mi propia familia. Solo quería salir corriendo, irme lejos y poder estar sola.

En mi último grado de primaria me empecé a sentir mejor porque pensaba que todo iba a terminar cuando ingresara al Liceo. Y al comienzo así fue. El primer y el segundo año del Liceo todo fue muy normal y finalmente logré formar parte de un grupo de amigas. Pero en el tercer año empecé a ser víctima de bullying devuelta. Con el apoyo de mis padres y mi terapeuta logré tomar la decisión de irme de ese colegio y de a poco pude salir de la oscuridad en la cual me encontraba.

Después de un largo tiempo, y de lograr acomodarme con mi vida, me volvieron las dudas y los cuestionamientos con respecto a mi adopción. Me preguntaba: “¿Por qué me dieron en adopción?”, “¿Tendré hermanos o seré única hija?”, “¿Querrá conocerme mi madre biológica?”. Y muchas preguntas más, cuyas respuestas (me di cuenta) iba a tener que buscar en algún lado.

Cuando cumplí 17 años tomé coraje y decidí averiguar qué había pasado con mis padres biológicos cuando yo nací. Necesitaba saber por qué. Quería saber más de mi adopción, y quise conocer a mi familia biológica. Entonces, los busqué y los encontré.

Nos encontramos con mi madre biológica y también con algunos hermanos. Supe que cuando yo nací, ella no podía mantenerme porque su situación económica en ese momento era bastante complicada, y por otras cuestiones muy dolorosas. A su vez, me enteré que conmigo somos 8 hermanos, y con algunos mantengo una relación hasta hoy día.

Conocer a mi familia biológica y esa parte de mi historia fue como terminar la última página de un libro, o como encontrar la pieza del rompecabezas que faltaba. Ahora, gracias a Dios, puedo decir que están todas las piezas, y pude aprender a vivir con mi realidad. Pude dejar atrás todo el sufrimiento que en algún momento sentí, en la infancia y en la adolescencia. Hoy me siento una mujer guerrera, fuerte y sobre todo feliz.

Además, hoy tengo una hija de dos años. Martina es lo más importante que tengo y ella fue quien me dio todas las fuerzas para seguir adelante y quien me ayudó a ver desde otro punto de vista el tema de la adopción.

Considero que los hijos adoptivos y los padres adoptivos deberíamos hablar más, y contar y compartir aún más lo que hemos vivido. Esos padres que aprendieron a amar esa vida que les fue confiada en sus manos para criar como hijos propios. Y así es como me siento yo, porque lo soy. Soy su hija. Si hasta a veces me dicen que me parezco a ellos físicamente.

Por último, mis papás son la familia que me enseñó a ser lo que soy hoy, que me enseñó a amar y respetar la vida, a defenderla, y vivirla de la mejor manera: amando. Vida que no es solo mía, porque es también de ellos y de tantos aquellos que están en mi corazón.

No hay padres adoptivos. Sólo hay padres. De la misma forma que no hay hijos adoptivos. Sólo hay hijos.

Foto de Nazarena C de pequeña con sus padres

Nazarena estudió gastronomía y trabaja en el rubro gastronómico.

Su deseo es, con su historia y su experiencia, poder ayudar a aquellos hijos adoptivos que puedan llegar a estar transitando el camino de la adopción con dificultades.

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