Dolor
MJ, hija adoptiva, usa el arte para navegar estas aguas y sanar.
Desde la pérdida de identidad hasta encontrar una voz.
“El dolor es como el océano; viene en olas que suben y bajan, y fluyen. A veces el agua está tranquila, y a veces es abrumadora. Todo lo que podemos hacer es aprender a nadar”.
Me encanta la cita anterior sobre el dolor. Hay momentos en los que siento que las olas son tranquilas y la vida es bastante buena. Hay otros momentos en que las olas del dolor son abrumadoras. Es durante los tiempos abrumadores que me siento atrapada, como si estuviera caminando a través de un matorral. No quiero nada más que acostarme en el sofá y ver Netflix. Tal vez con un plato bien grande de pochoclos.
Hace poco escuché uno de mis podcasts favoritos (The Creative Superheroes) con el invitado, Francis Weller, quien habló sobre el lado salvaje de la tristeza. Cuando pensamos en la pena o el dolor, por lo general está relacionado con alguien o algo que hemos perdido. Sin embargo, Weller dice que las energías del dolor están constantemente a nuestro alrededor. Por ejemplo, las penas del mundo nos bombardean a diario. Solo hay que prender la televisión y ver las noticias. Otras fuentes de dolor provienen de pérdidas personales para nuestra propia integridad, para nuestro propio sentido del self. Estas penas tienen una cualidad corrosiva que erosiona nuestra dignidad a lo largo del tiempo.
Cuando escuché la explicación más amplia de la tristeza, de Weller, pensé inmediatamente en todas las penas de quienes son hijos adoptivos. No tuvimos elección en nuestra adopción. Perdimos nuestra voz cuando otros tomaron decisiones, sobre nuestras vidas, por nosotros. Después pretendieron que nos integráramos en nuestras familias adoptivas y en sus culturas. Si las adopciones fueron internacionales, todos los lazos con nuestra familia biológica se cortaron. En el momento de la adopción, perdimos nuestra identidad cultural y nuestras raíces. Weller afirmó que cada vez que separamos partes de nuestro todo, es una pérdida para nuestra integridad. Esto causa un profundo sentimiento de dolor. Pero no podemos hacer un duelo por nuestras partes porque en general las juzgamos, despreciamos o nos avergonzamos de ellas. Muchos hijos adoptivos sienten vergüenza y tienen miedo de ser juzgados. En general, se espera que seamos agradecidos, y cualquier sentimiento de enojo o ingratitud se descarta rápidamente. Estas piezas intactas y no redimidas del alma son empujadas hacia los bordes externos de la conciencia, un terreno baldío. Ahí se debilitan, descuidadas, sin testigos, y, sin embargo, fuentes de una profunda pérdida.
No fue hasta que empecé la universidad para hacer mi posgrado en Trabajo Social, en el 2013, que salí de la “niebla” y empecé a ahondar en lo profundo de mi propio ‘baldío’. Desde entonces busco sanar el dolor de la pérdida y el trauma de la adopción. Estoy sanando, pero a la vez siento que siempre estoy al borde del dolor, en parte debido al trabajo que elegí. El arte se convirtió, no solo en una herramienta para sanar últimamente, sino en un medio de autoexpresión y exploración. Las olas en nuestras vidas fluyen. Está garantizado. El arte me encuentra donde estoy en cada momento, de la manera más incondicional y sin prejuicios. Aprendí a amar y confiar en el arte.

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